Por: Mayor general (r) HECTOR DARÍO CASTRO CABRERA
Presidente del Colegio de Generales de la Policía Nacional.
os acontecimientos que hemos vivido en estos últimos días los colombianos, han sido, por decir lo menos, del mayor impacto y trascendencia. El anuncio sobre la culminación de las negociaciones en La Habana para acordar la terminación del conflicto con las Farc; el pronunciamiento del señor Presidente de la República ante el mundo, en el marco de la Asamblea General de la ONU en Nueva York, sobre la terminación de la Guerra en Colombia; el acto de firma del acuerdo final entre el Señor Presidente de la República y el Jefe de la organización alzada en armas; seguido de la convocatoria a las urnas para que el pueblo refrendara los acuerdos y aprobara como constituyente primario todo este proceso, generaron las más grandes expectativas entre todos los colombianos, quizás solo comparables con lo ocurrido con el plebiscito del primero de diciembre de 1957.
En esta ocasión, todo parecía marchar de acuerdo con lo previsto en este nuevo intento por erradicar la absurda confrontación que nos ha victimizado por tantos años; pero el pueblo en su autonomía, se manifestó en desacuerdo con lo pactado.
¡Qué gran incertidumbre la que se apoderó de los colombianos desde las primeras horas de la noche del dos de octubre! Algunos esperaban que las Farc se replegaran a sus trincheras para seguir con sus actos de terror y de barbarie; otros, con gran optimismo, esperaban que reinara la sensatez y que se buscaran fórmulas para lograr nuevos acuerdos que permitieran continuar en esa titánica labor para lograr el silencio de esos fusiles que tanto daño han hecho a nuestra sociedad. Para fortuna nuestra, se dio esta segunda alternativa.
No tardaron las voces del gobierno, en cabeza del propio Presidente de la República, de los promotores del NO y de los representantes del grupo armado ilegal, quienes manifestaron su voluntad de revisar los textos rechazados por los ciudadanos y de ajustar los acuerdos para acoger la voluntad del pueblo y llegar a un consenso que garantice una satisfacción de todos y en consecuencia establecer así las bases para comenzar a construir esa tan anhelada paz estable y duradera.
Nuestro gran Dios, seguramente seguirá iluminando a todos los protagonistas de este proceso para sembrar en sus corazones la tolerancia, la sensatez, la solidaridad y la humildad, a cambio de la soberbia, el orgullo y la arrogancia que se observan con frecuencia, que permitan en forma definitiva un ambiente de armonía y de entendimiento que facilite y fortalezca la hermandad y nos conduzca a una nación donde se pueda convivir en paz y tranquilidad, con oportunidades para todos dentro en un ambiente de confianza y respeto, sobre la base de la verdad y la sinceridad.
¡Qué alegría la que se percibió en todos los colombianos, con el encuentro de varios de nuestros más destacados líderes, con diferencias al parecer irreconciliables, sentados en una misma mesa de diálogo para buscar las mejores salidas a esta crisis, con la seguridad que si prevalece este ambiente de concordia, se obtendrá lo que mejor convenga a nuestra Patria! No se puede predicar y mucho menos obtener la paz, en medio de dardos envenenados de odio y de rencor que se lanzan algunos de los protagonistas de este momento histórico; no se puede esperar que se logre la paz, entre ataques inclementes desde y hacia diferentes sectores de nuestra sociedad, que hacen tanto daño y que desafortunadamente se replican y en ocasiones se promueven por algunos medios de comunicación y por las redes sociales, con lo que se desinforma, se confunde y los convierten en mensajes desalentadores para quienes los leen o escuchan.
Se deben desarmar los espíritus y asumir actitudes de comprensión y entendimiento. Los colombianos debemos comprometernos en una gran cruzada para hacer la paz con nosotros mismos, con nuestros familiares, con nuestros vecinos, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros amigos y también con nuestros contradictores para buscar que con mucha sinceridad y receptividad aprendamos a respetar y aceptar a nuestros conciudadanos, con sus ideas y pensamientos diferentes a los nuestros y podamos así contribuir a crear espacios de amistad y convivencia.
La satisfacción que en estos momentos, de crucial importancia para nuestra historia, causó en todo el país el otorgamiento del Premio nobel de paz a nuestro jefe de Estado, se convirtió en el mejor incentivo para que se siembre de optimismo el sendero que aún hay por recorrer en la búsqueda del mejor acuerdo, que debe buscar la erradicación definitiva de la violencia como un medio para imponer las ideas y fortalecer el diálogo como la única manera de cultivar las mejores relaciones interpersonales e interinstitucionales.
Ojalá tengan razón quienes titularon en medios internacionales lo sucedido en Colombia el dos de octubre, así: “los colombianos votaron por una mejor paz”, lo cual es concordante con lo expresado por el señor Presidente de la República cuando afirmó que de las crisis hay que hacer oportunidades y se materialice este pensamiento con la convocatoria que el Gobierno ha hecho a los diferentes sectores de nuestro país para que aporten ideas y propuestas que ajusten y enriquezcan los acuerdos.
Eso es lo que reclama el pueblo, que se ha volcado en las calles y plazas de nuestras ciudades, para que se logre un acuerdo, fruto de un consenso nacional, que recoja la opinión de los diferentes sectores y que no alimente las divisiones sino que por el contrario una esfuerzos y voluntades en torno a propósitos comunes, incluidas con prioridad las víctimas de la Fuerza Pública que reclaman una efectiva reparación. Sin ninguna duda, ese será el acuerdo que más conviene a Colombia.
En estos momentos de gran tensión y expectativa, la Patria reclama a sus hijos su mayor grado de compromiso y lealtad y estamos seguros que no vamos a ser inferiores a esta gran responsabilidad. Unidos lo podemos lograr, bajo la premisa que nuestro hermoso país será lo que Dios y todos nosotros queramos que sea. Dios quiera que así sea.