Los sabios mensajes que nos han dejado los Pontífices, han sido siempre concordantes con la propuesta social, política y religiosa del cristianismo, que constituyen sabias orientaciones para vivir de acuerdo con una doctrina que se basa en el respeto, la armonía, el aprecio y el amor como pilares fundamentales de la convivencia pacífica de una sociedad. Las fervientes invitaciones a compartir sin egoísmos, a reconocer en nuestros conciudadanos a personas con iguales derechos y a respetárselos, es la fórmula para disfrutar plenamente de las maravillas y bellezas de la creación. Retumban en el ambiente, durante los eufóricos momentos de la visita, todas esas enseñanzas, pero pareciera que cuando el Pontífice se aleja para regresar a su sede, se alejan también sus mensajes y con ellos sus sabias enseñanzas. “No se dejen robar la alegría, la esperanza y la sonrisa” les dijo, el Papa Francisco, a los jóvenes que se congregaron en la Plaza de Bolívar, pareciera que el Santo Padre sabe que en nuestro medio la alegría, la esperanza y la sonrisa no son un patrimonio de todos porque hay algunos que se empeñan en negarles o usurparles esos derechos a sus semejantes, privándolos de estos bienes que deben ser inherentes a la naturaleza humana. No pretendemos creer ni manifestar que este patrimonio tan elemental debe significar la igualdad para todos pues sabemos que la igualdad es la más grande utopía que existe, ya que sabemos que no existe ni en otras dimensiones. Se dice con razón que esa igualdad no existe ni en el cielo donde se reporta la existencia de ángeles, serafines, querubines y arcángeles. San Agustín decía que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita y desde entonces se nos recuerda esta enseñanza con mensajes que nos invitan a ser felices con lo que tenemos y que no debemos aspirar a tener lo que tienen nuestros conciudadanos para lograr la felicidad, pues esta ambición solo nos va generar una permanente insatisfacción e infelicidad y así se nos pasará la vida envidiando lo de los demás y nunca lograremos disfrutar lo que tenemos. El mensaje del Papa es claro y contundente, debemos dejar que la gente sea feliz con lo que tiene, pero el problema es que sugiere esa inquietante posibilidad de la existencia de seres que se atreven a robarle la esperanza y la felicidad a sus semejantes. Que tristeza que esta realidad sea un hecho cierto. Esa felicidad que se puede percibir en la sonrisa del ciudadano humilde que lucha a diario con fortaleza y sacrificio para sobrevivir, a veces se tropieza con actitudes de gente que les roban, con comportamientos inhumanos, los pocos espacios que tienen para ser felices. Son las pequeñas cosas que significan para estas personas toda su felicidad las que se les tratan de usurpar y es ahí en donde radica la causa de la violencia que azota a muchos. El mensaje nos invita a que debemos respetar a nuestros semejantes y dejarlos que con lo poco o mucho que tengan, sean verdaderamente felices, prendiendo a respetar los espacios de cada uno de los integrantes de una comunidad. De esta manera, habríamos aceptado la recomendación de no atrevernos a robarle a nuestros semejantes, la esperanza, la sonrisa y la alegría que son la más clara demostración de la felicidad a la que todos tenemos derecho. Ojalá que esas enseñanzas y recomendaciones no se hayan regresado con el Papa y que se hayan quedado con nosotros en este pedacito de tierra que la providencia nos ha dado para que compartamos, disfrutemos y construyamos en ella el ambiente de felicidad que todos anhelamos pero que a veces convertimos en grandes frustraciones que nos enfrentan y que nos alejan de la paz y la armonía que promulgamos pero que no ratificamos con nuestra actitud.
Los Policías de Colombia que seguimos muy de cerca el recorrido del pastor de la Iglesia católica por nuestra patria y a su lado escuchamos sus sabios consejos que interiorizamos en lo más profundo de nuestro ser, le agradecemos su visita, sus consejos y sus enseñanzas y le pedimos sus oraciones para que sus mensajes perduren en el corazón de todos los colombianos.